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Ana María Tomás

Escribir es vivir

Gracias, Monedero

 

Decía mi sabia abuela que “Si quieres conocer a Menganico, dale un carguico”. Es verdad que, a veces, a los “menganicos” se les conoce hasta sin darles cargo alguno y, otras veces, aun con el cargo, cuesta un tiempo que den la cara. Y todavía existe otra opción y es que, habiendo dado la cara y mostrándose al respetable todo lo despreciable menganito que se pueda llegar a ser, todavía nos sorprenda el payo revelando facetas supuestamente “antinaturales” en su natural naturaleza. Y eso es lo que ha ocurrido con el “defensor de las libertades y de las féminas oprimidas” Monedero. Y en este caso no se puede utilizar la famosa frase de Groucho Marx: “Disculpen que les llame caballeros, pero aún no les conozco bien”. Aquí ya no hay posibilidad de llamarlo caballero porque, afortunadamente, nos ha permitido conocerlo bien. La innombrable acción que tuvo hace unos días con una mujer no deja lugar a dudas de la calaña del individuo. Y digo mujer, dejando al margen que se trataba de la Vicepresidenta del Gobierno de España, y de una adversaria política a la que, como tal, le debía, además del respeto como mujer, el respeto como cargo institucional. Más todavía viniendo de un profesor (“persona que tiene por oficio enseñar una ciencia, un arte, una técnica…”) desde luego no será la de la buena educación, la del respeto entre iguales que tanto cacarea, o la del arte de saber ganar, puesto que hasta para eso ha mostrado una mezquindad sin antecedentes. Por si, a estas alturas, queda alguien que no sepa a qué me estoy refiriendo se lo explico: Justo al acabar la moción de censura que convirtió a Pedro Sánchez en Presidente de nuestro Gobierno, Monedero se acercó a la señora Soraya, clavo sus manazas como un cepo sobre los hombros de ella, inmovilizándola por completo, e impidiendo que ella se zafase de él, para con una risa sardónica, espetarle que se alegraba de que se marchara. Lo de menos fue lo que dijo. Aquí lo que cuenta es la actitud chula, grosera, despreciativa y machista de un hombre hacia una mujer mucho más bajita que él.

 

Antes de meterme en el lodazal que supone comentar semejante acción (haciendo caso omiso a amigos que me piden que me centre en la poesía, que todo lo eleva), me he documentado ampliamente de las repercusiones de la noticia, de la forma en la que diferentes medios de comunicación la han tratado, y de las opiniones de numerosas usuarias de las redes sociales. Y, francamente, que haya periodistas que tengan la desfachatez de calificar de “cordial” la cosa… es para gritar como Mafalda: “Que paren el mundo que me quiero bajar de él”. Yo me pregunto, vamos, yo y medio país, si esos periodistas tan “cordiales” hubieran dicho lo mismo si algún miembro del PP hubiera practicado un placaje tan flagrante con la señora Irene Montero, o con Carolina Bescansa. Y qué decir de nuestras mujeres en la vanguardia del feminismo… resulta tan doloroso comprobar que sean tan… “selectivas” con los colores políticos a la hora de defender a otras mujeres…

 

Por suerte, han sido muchas las mujeres, y no sólo cercanas  ideológicamente a la señora Soraya, sino mujeres declaradamente de izquierdas que han escrito públicamente frases como “me pone las manos como se las puso a Soraya y no paga el dentista con los 425000 euros de Venezuela, Monedero.”; “No te equivoques, no pareces “el fuerte”, Monedero. Pareces lo que eres: un prepotente machista y abusón. Fuerte demostró ser Soraya Sáenz de Santamaría.”; “A mí me pone las manos Monedero como se las ha puesto a Soraya y ahora mismo está buscando un donante de huevos”. Otros usuarios especifican la poca sintonía que tienen con Soraya, pero dejan patente la repugnancia, y el rechazo que sienten ante tamaño gesto de soberbia, revanchismo y falta de respeto. Sinceramente, no creo que ninguna persona se merezca recibir un gesto tan despreciable e insolente, pero recibirlo una mujer que acaba de perder una posición política de parte de un hombre que acaba de ganarla… no tiene nombre.

 

De todos modos, y aunque muchos anden ciegos (“no hay peor ciego que el que no quiere ver”) es muy reconfortante comprobar cómo, tantas veces, nosotros mismos podemos llegar a ser nuestros peores enemigos y mucho de los esfuerzos que hayamos dedicado a esconder nuestro verdadero yo en situaciones adversas, llega un momento de bonanza y sacamos a pasear al monstruo de soberbia que somos. José de S. Martín borda la definición: “La soberbia es una discapacidad que suele afectar a pobres infelices mortales que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder”. Monedero ha suscrito cada una de esas palabras. Y, afortunadamente, nos ha permitido a todos ver su enorme discapacidad. Gracias, Monedero. Muchos sabemos que volverás a colocarte la piel de cordero, pero hay cabritillos (esa es la pena que sean cabritillos y no cabrones) que ya conocen y saben el lobo que eres.

 

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