Con la de veces que me había imaginado la escena y ahora que ya por fin se cumple, va y se me amontonan los síes y los noes. Lo cierto es que todavía no me lo puedo creer, ¿será posible que por fin vaya a tener una cita con él? ¡Madre mía! Digo yo que quedar un día, con una hora fija… eso es una cita, ¿no? Es que como hace ya tanto que no me sale ningún espontáneo, igual es que lo estoy confundiendo con una entrevista de trabajo.
Vamos a ver, que las cosas hay que hacerlas bien, nada de a lo que salga. Lo primero, ¿comida o cena? Pues ni lo uno ni lo otro, porque como la cosa me salga rana, me veo con cara de ajo hasta que llegue el postre. Decidido aperitivito y si va bien, llegará la comida, la merienda, la cena… ¡y hasta el desayuno!
¿Y qué me pongo? Genial, ya tengo excusa para escaparme de shopping. Pero, ¿y por dentro? Asunto peliagudo, a ver si me voy a poner mi conjuntito de lencería parisina y después nada, ¡vaya un desperdicio! Aunque el suje de estar por casa tampoco, que como decía mi abuela: Tú siempre la muda limpia y de estreno, que nunca se sabe dónde te la vas a tener que quitar…
Horror, como no he empezado la temporada playera aún, me temo que el ecosistema anda un poco a lo Tarzán. Cita de urgencia con el láser, la peluquera, la esteticista y con mi amigo gay, que este seguro me encuentra algún pelo donde nadie lo ve.
Ojo que mira que me conozco, soy de las que con los nervios me aturullo y lo mismo me da por quedarme muda como por convertirme en una cotorra disparatada. ¿Y de qué hablo? Casi que mejor va a ser de qué no le hablo. Voy a hacerme una lista de temas prohibidos y me la apunto en el móvil y así, cuando se me caliente la boca, voy y lo repaso con disimulo antes de que se me vaya la pinza verborreica. A ver, jamás de los jamases nombrar a algún ex, ni para bueno ni para malo, que esa información en manos del adversario es más que peligrosa y además, mejor no mentar al diablo no vaya a ser que se manifieste y me dé mal fario. De fútbol y religión, va a ser que tampoco, por si me sale de los contrarios y se va el traste el plan por un simple fuera de juego mal pitado. De política ni hablo yo ni dejo que me hablen, que para eso ya están los rollazos de la tele. ¿Y de qué nos queda…? Lo mejor será que dejemos hablar al corazón, que ese pondrá las cosas en su sitio o las descolocará, pero acertará seguro.
Una cosa sí que la tengo clara, como me haga esperar, ahí se queda, que no estoy como para perder el tiempo y porque digo yo, si el primer día no está nervioso y deseando verme, no quiero ni pensar a qué hora llegará al año de salir juntos.
Lo cierto es que el problema no es la primera cita, qué va. El problema viene después, porque así, para un rato, todos somos encantadores, pero ¿seguiremos igual de encantadores en una segunda, tercera o cuarta cita? O lo que es peor, ¿estaré preparada para que la primera cita se convierta en la última y me quede esperando con cara de boba un mensajito de los de estoy deseando volver a verte? Uff, vistas así las cosas no sé yo si anular esta primera cita. Pues va ser que no, a ver si soy yo la que se viene arriba y al final no le doy más pases para las siguientes citas…
Y sobre todo, algo fundamental, no se puede olvidar tener un plan indiscutible para el día siguiente. Nada de llevar la agenda en blanco, nada de parecer disponible 24 horas, nada de ser previsible. Lo mejor es quedarnos con las ganas de más, es como desear y no poder, es como decir nos tomamos la última y saber que no es ni la penúltima, es como mandar el emoticono del besito de corazones y saber que aún te queda por enviar una ristra del de los ojos de corazón… pero eso sí, la próxima cita la pongo yo.
Lo cierto es que lo más bonito de una primera cita no es la suerte de tenerla. Lo mejor es el llevar una semana con un nudo en el estómago, es hablar de él a todo el que me cruzo, es acostarme con un runrún en la cabeza y levantarme con más runrún todavía, dando un salto mortal y deseando que por fin llegue el día… ¡y sí, el día y la hora ya están aquí!