Pues sí, ya lo puedo decir sin que me tomen por loca, salidilla o desatinada. Lo reconozco, desde hace semanas ando con cuerpo de verano, con un comecome que me recorre los por dentros y no me deja en paz. Es que lo del calendario oficial de las estaciones como que me la refanfinfla, lo que cuenta para mí es mi revuelo hormonal y de ese ando para dar y tomar, avisados quedáis. Ahora que por fin el 21 de junio ya dio el chupinazo oficial, me declaro veraneanta en cuerpo y alma.
Está claro que no es lo mismo que pasear en invierno envuelta y atrincherada, vamos, lo mismito que si viviera en Alaska, ahora todo mi ser ha salido de la cueva al son de bachata y vallenato. Y así me siento y así me va. Mi piel va camino del color Caribe y al aroma de las brisas de Hawaii. Mis piernas se han alargado un palmo, lo mismito que se han acortado mis faldas. Y ahora resulta que he descubierto que debajo de la bufanda, además de cuello, hay un canalillo que sugiere sin enseñar y que promete más de lo que tú te puedes imaginar.
Hace tiempo que me di cuenta que eso de ser sensata, organizada y precavida es totalmente incompatible con el verano. Porque el calor es para no hacer planes, es para dejarme llevar y, si eso, también para dejarme traer. Me niego a cerrar puertas, ni a saber con exactitud a qué hora y en qué día voy a estar aquí o allá. Pues no, que eso además de ser un rollazo es un desatino, lo mires por donde lo mires. Yo, en cambio, por estas fechas hago una maleta y la lleno con todo lo que se me ocurre, pero eso sí, jamás con lo que impida a mis pasos llevarme al sur, porque yo hace mucho que perdí el norte y, desde luego, espero que no vuelva para buscarme. Reconozco que cuando yo tenía la cabeza muy en su sitio era una mujer de palabra, ordenada, comprometida, cumplidora, pero lo que más, es que era una aburrida y, por descontado, igual de aburridos eran todos mis pretendientes. Así que un día decidí hacerle caso a la Carrá y me tomé muy en serio aquello que ella berreaba por los platós llena de ritmo y gracejo:
Para hacer bien el amor hay que venir al sur. ¡Sin amantes, esta vida es infernal!
¡Cuánta filosofía de la buena se esconde en este himno, en esta loa a la pasión, en esta exaltación al furor irracional por el sur! Porque no hay caminos directos a ese lugar secreto que florece al roce de mi piel, a ese paraíso disparatado, a ese sur de mis sentidos. Así que, dicho y hecho, cada vez que se me pone el cuerpo sarandongo, saco mi brújula de las sensaciones y para el sur que mande, allá que dirijo mis pasos sin mirar atrás. Está más que comprobado que en el norte hará mucho fresquito, se comerá estupendamente, tendrán bosques frondosos, pero los norteños son de un desaborío que a mí allí, en lugar de correrme la sangre a borbotones, oye, que me da bajón y ni las ganas de menear las caderas me salen cuando me paseo por sus calles, y claro, es que un verano sin calor no tiene fuste ni muste. Que no, que no y que no. Así que a seguir haciéndole caso a la dichosa cancioncilla que se me ha metido en la sesera y no me deja pensar en otras cosas:
Tuve muchas experiencias y he llegado a la conclusión que perdida la inocencia, ¡en el sur se pasa mejor!
Y el que me quiera buscar ya sabe dónde encontrarme. El que quiera navegar conmigo por mares prohibidos o surcar cielos infinitos en vuelos inimaginables, ya sabe, nada como dejarse a la deriva hasta el sur de mi cuerpo, en ese allí donde los vientos galopan sobre caderas desbocadas y el sudor de nuestras caricias desliza tu mano sobre mi piel y mi espalda se eriza bajo tu aroma…
Y si te deja, no lo pienses más, búscate otro más bueno… ¡Vuélvete a enamorar!
Sí, el verano ya está aquí, en el calendario y en mi alma. Es en esta noche mágica llena de fuego abrasador, con hogueras sobre las que danzar y pedir deseos la que me llevará lejos, muy lejos. Tiro de tu mano hasta las brasas de San Juan para perdernos en la pasión de una noche de verano. Allá donde el sur pierde su nombre, allá donde tú y yo dejaremos de ser tú y yo, donde el deseo sea la única ley que impere en el sur de nuestros cuerpos y bajo un cielo estrellado se abrasen todos nuestros besos iluminados por el fuego de las hogueras.