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Pachi Larrosa

El Almirez

¿Cocinas con techo de cristal?

El escaparate mediático de la alta gastronomía está mayoritariamente ocupado por hombres, una situación que las chefs quieren revertir

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Su invisibilidad, su mínima presencia mediática o su minoritaria participación en los programas de congresos y otros eventos gastronómicos llevó, el pasado mes de octubre, a un numeroso grupo de mujeres, chefs de toda España, a unirse en un movimiento cuyo objetivo es revertir esta situación. Lideradas por la alicantina María José San Román (restaurante Monastrell, 1 estrella Michelin) crearon Mujeres en la Gastronomía, abierto a todo aquel, –independientemente de género, ideología, religión o la tendencia política­–decidido a implicarse en combatir la invisibilidad de la mujer en este ámbito. Esta situación de las mujeres cocineras en España y en nuestra región es un hecho poco discutido. Otra cosa es llegar al fondo de sus causas.

ParaToni Massanés, director de la Fundación Alicia (alimentación y ciencia), se trata de una brecha de género presente en otras muchas actividades, pero que «en este caso es mucho más sangrante, porque la cocina es un invento de las mujeres, a pesar de lo cual solo hablamos de cocina masculina». Y eso es así porque no nos referimos a la cocina doméstica, cuya trascendencia no traspasa las paredes de los hogares, sino de la cocina profesional, la de los restaurantes y los grandes banquetes, la que tiene trascendencia en los medios y alta valoración social.

Es verdad que, tradicionalmente, el patriarcado ha reservado el espacio de la cocina en el hogar a la mujer. Recuerdo un glorioso chiste del recordado Forges en el que uno de sus narigudos personales le decía a su mujer: «Cariño, hoy hago yo la cena. ¿Dónde está la cocina? Desde el principio de la humanidad, la responsabilidad de preparar los alimentos ha sido de la mujer. Muchos siglos después, cuando esos alimentos ya no había que cazarlos, sino bajar al supermercado a por ellos, la situación no ha cambiado mucho. La cocina doméstica sigue siendo vista por la mayoría de las mujeres como lo que es. Una obligación inherente al matrimonio. En el opúsculo ‘El hombre fino, manual de urbanidad, cortesía y buen tono’, impreso en 1837, se recuerda a los hombres que solamente conviene (con ellas) una conversación ligera (…) sin exponerlas al fastidio de escuchar cosas que no entienden». Más cercana en el tiempo, una de las recetas de la Sección Femenina reza: «Ten preparada una comida deliciosa para cuando tu marido llegue a casa; (…). Ofrécele quitarle sus zapatos. Háblale en tono bajo, relajado, placentero». Suena a muy antiguo, ¿verdad? Pues vayan mirando de reojo a Andalucía, por si acaso. O a Brasil y el problema con los colores de su ministra de Familia. Cocinar ha sido siempre para las mujeres una obligación, un yugo. El salto de esta apreciación al ejercicio de una profesión que exige grandes sacrificios y en la que hay que volcar grandes dosis de pasión, ilusión y vocación puede que sea más dificultoso para ella. Pero esto solo explicaría, en parte, la menor cantidad de cocineras que cocineros profesionales, no la falta de visibilidad de las que lo son en el Olimpo de la cocina. La otra parte es que, en un círculo vicioso,   esa invisibilidad desincentiva a nuevas generaciones.

Estoy de acuerdo con la aplicación del concepto de discriminación positiva como estrategia para ir equilibrando una situación ancestralmente injusta, en ámbitos como el legislativo o el político. Y con que, paralelamente, iniciativas como Mujeres en la Gastronomía sumen esfuerzos en la consecución de ese objetivo. Dicho esto, también considero que la relevancia de una cocinera o un cocinero deberían producirse como consecuencia de los mismos puntos de partida: creatividad, competencia técnica y un relato gastronómico propio, innovador y –no lo olvidemos– mediáticamente atractivo.

«Me chirría que haya gente que siga diciendo que no hay mujeres. Pero ha quedado constancia de que somos muchas, que estamos al mismo nivel que los hombres y que nos hemos puesto en marcha para revertir esta histórica injusticia», dice María José San Román. No solo en España. María José Martínez, Estrella Carrillo, Encarna López, Mamen Pini, Irene López, María Gómez, Cundi Sánchez o Ana Fuentes están entre los mejores chefs de Murcia. Al margen de su escasa visibilidad, y contradiciendo a San Román, son proporcionalmente pocas. Por eso es importante que se organicen, que abandonen complejos y se unan en una especie de lobby, que creen sinergias y espacios de colaboración e intercambio y que luchen por su presencia en los medios y en los eventos.

Quizá la paradoja (aparente) esté en que la mujer tendrá el espacio que merece en el Olimpo de la gastronomía cuando salga definitivamente de la cocina.

Sobre el autor

Periodista, crítico gastronómico. Miembro de la Academia de Gastronomía de la Región de Murcia.


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