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Joaquín García Cruz

Menuda política

Ballesta, dos por el precio de uno

Domingo por la tarde, en casa de Roque Ortiz. «Si te vas tú, me voy yo». El alcalde de Murcia estuvo a un tris de plantearle a su partido el órdago de Felipe González al PSOE, cuando estalló el escándalo de Juan Guerra. Pero la cabeza le ganó finalmente al corazón

Martes, 23. Estaba insomne. Cambió la cama por el salón y leyó en la edición digital de ‘La Verdad’ la filípica de Fernando López Miras en los maitines del PP, la reunión semanal del Comité de Dirección del partido: «Si Roque Ortiz fuera un miembro de mi Gobierno, ya habría dimitido». Se repitió entonces la pregunta que le aullaba en la cabeza desde el domingo por la tarde: «¿Vale la pena seguir así?». De esta forma empezaba el día más largo y doloroso de la carrera política de José Ballesta, la jornada en la que debía servir en bandeja al PP la cabeza de su amigo y más estrecho colaborador en los últimos 25 años.

Domingo, 21. No era la primera vez que el alcalde de Murcia se entregaba a la duda. La tarde del domingo la pasaron juntos, en la casa del concejal, deshojando margaritas. Aún barajaban las opciones a su alcance para salir de la ratonera en la que ambos estaban atrapados por la baladronada de Roque Ortiz ante los pedáneos del PP, a los que transmitió sin pudor -y en presencia del alcalde, enmudecido- un estilo caciquil de hacer política, una exhortación a practicar el clientelismo para ganar votos a costa de los concursos públicos y de la libre concurrencia para entrar a trabajar en las empresas contratistas del Ayuntamiento. Un audio escandaloso. Transcurridos ya tres días desde la filtración de la arenga de Ortiz, la presión de la opinión pública y de la oposición se hacía insostenible. Las opciones eran, en aquel momento, cuatro: que dimitiera Roque Ortiz, que lo hiciera José Ballesta, que no se fuera ninguno o que se fueran los dos. Dos por el precio de uno. Con este órdago del 2×1 frenó Felipe González al PSOE cuando media España y la otra también le exigían que destituyera a Alfonso Guerra, su ‘número dos’, tras destaparse el escándalo del despacho oficial que su hermano Juan ocupaba en la Delegación del Gobierno de Sevilla sin merecimiento ni pasaporte. Del 2×1 de Felipe González hablaron también Ballesta y Ortiz en la tarde del domingo. El alcalde le ofreció su inmolación al amigo, quien lo frenó en seco: «Ni se te ocurra. Me voy yo y ya está». Pero Ballesta, una vez asumido que algún precio habría que pagar por la fanfarronada de su concejal, todavía no había descartado otra de las opciones posibles: la de irse él también. Fue cuando empezó a preguntarse: «¿Vale la pena seguir así?».

Lunes, 22. Las horas se le fueron al alcalde de las manos entre las muchas dudas y la pelea de la cabeza con su corazón desgarrado. Terminó agotado, pero apenas durmió, y en la vigilia se acordó de Flaubert: «Los dioses no estaban ya, y Cristo no estaba todavía, y de Cicerón a Marco Aurelio hubo un momento único en que el hombre estuvo solo». A lo largo del día, nadie le había puesto al tanto de la advertencia de López Miras en los maitines del PP, a los que asisten varios alcaldes, el delegado del Gobierno, los vicesecretarios del partido y Maruja Pelegrín, quien a su condición de secretaria general del PP une la de teniente de alcalde en el equipo de Ballesta. Nada le comentó, sin embargo, acerca de la reprimenda de López Miras. He aquí una clave interesante del costurón abierto en el PP por el ‘caso Ortiz’, que es consecuencia, para muchos observadores y algún que otro protagonista, del fuego amigo. Maruja Pelegrín era del equipo del anterior alcalde, forma parte de lo que podría denominarse la cuota camarista impuesta por el partido en la candidatura de Ballesta.

Martes, 23. El día más largo. Decisión tomada. Roque Ortiz se encierra en su despacho a las diez de la mañana, se pone al ordenador y redacta su carta de renuncia, precedida de media docena de borradores mil veces retocados. Encabeza su misiva con un manuscrito ‘Querido Jóse’ (el apelativo familiar de José Ballesta, con tilde en la primera sílaba del nombre de pila), y en ella abjura de ‘la nueva política’, por el atosigamiento incesante de los partidos de la oposición y el ruido ensordecedor de las redes sociales, al tiempo que reprocha al PP, aunque sin una mención expresa, que le obligue a dimitir en apenas cuatro días sin estar imputado, «no como otros», en alusión clarísima a Pilar Barreiro, que sigue en el Senado con sus cinco imputaciones judiciales a cuestas, y a Pedro Antonio Sánchez, que castigó al partido con una larga y estéril agonía antes de tirar la toalla.

Cinco de la tarde, más o menos. El alcalde convoca de urgencia por WhatsApp a sus once concejales en la sala municipal de la Junta de Gobierno. Roque Ortiz también acude, pero se niega a sentarse en su silla de siempre, a la derecha de Ballesta. «Ya no soy el primer teniente de alcalde». Aquello parecía un velatorio, con lágrimas incluidas. Ballesta lloró.

Ya de noche, abandonaron la casa consistorial en procesión que parecía la del silencio. Todos dejaron a Roque Ortiz a la puerta de su casa y, después, hicieron lo propio con José Ballesta. Antes, hubo que llamar al 061 porque Antonio Navarro, el edil de Urbanismo, se desvaneció a mitad de la reunión, sin mayores consecuencias. El WhatsApp del alcalde lo sacó de la cama, y no estaba para funerales.

Miércoles, 24. Suena el teléfono de la alcaldía. Llaman de la secretaría del presidente de la Comunidad Autónoma (y del partido), Fernando López Miras. Ballesta no se pone. Está muy ocupado preparando el Pleno del jueves, que la oposición iba a convertir, y se sabía, en un juicio sumarísimo (y justísimo) a Roque Ortiz por sus malas prácticas verbales, eso que su amigo el alcalde justifica con una apelación constante a su «carácter volcánico».

Roque Ortiz sí se ve con el presidente, que lo ha citado en San Esteban, quizá en un intento de humanizar su defenestración. Altos cargos del PP no terminan de explicarse el por qué del encuentro, que debio de ser un trago amargo para el uno y para el otro.

Allegados al exconcejal cuentan que a este, zaherido por la situación, se le ha pasado por la imaginación darse de baja en el partido. No hay constancia oficial.

Jueves, 25. Ha pasado una semana y Fernando López Miras y José Ballesta siguen sin hablar del asunto, desde que ambos se echaron las manos a la cabeza cuando el petardo les explotó en la cara, activado a distancia mientras ellos se paseaban por Fitur. Entonces, apenas tuvieron tiempo más que para tratar de digerir el susto.

El presidente se deshace en elogios públicamente hacia el alcalde de Murcia. «Es nuestro principal activo, y deseo que siga siendo el alcalde muchos años más». Desde el Ayuntamiento, sin embargo, se pone sordina a los reiterados llamamientos del Gobierno regional a la normalidad y a la negación de la crisis. No se responde con el mismo entusiasmo. Porque resulta evidente que ha habido una crisis y que ha sido de las peores posibles, una crisis de confianza entre los moradores de los dos despachos institucionales más influyentes de la Región.

La desconfianza venía de lejos. El paso de Ballesta por dos consejerías no chirrió en el PP, pero, ya en La Glorieta, el alcalde desplegó sus personalísimos modos; uno de ellos, la esquivez hacia los usos y costumbres de la vida orgánica de las formaciones políticas, que se nutre de reuniones sin fuste, visitas a los pueblos, doctrinarios y ordeno y mando. Ballesta no pertenece a ese mundo, y la primera y desagradable constatación de ello que se tuvo en el partido fue la negociación que acometió con Rafael González Tovar, sin encomendarse a nadie, para desbloquear los Presupuestos municipales de 2017. González Tovar ocupaba en aquel momento la secretaría general del PSOE, y tenía su escaño en la Asamblea Regional, no en el Ayuntamiento, por lo que, desde un punto de vista formal, no era el interlocutor apropiado para sacar adelante las cuentas municipales. Ballesta no informó a su partido de que se reuniría en un hotel con Tovar, a la sazón una bestia negra para el PP, y el partido tomó nota, como hizo meses después, cuando cientos de militantes y casi todos los cargos públicos populares pusieron en circulación el #yoconPedroAntonio, para acompañar en sus horas bajas al todopoderoso Pedro Antonio Sánchez, y Ballesta -cuentan- no se retrató.

Es difícil aventurar qué rumbo tomarán a partir de ahora las relaciones del alcalde de Murcia con la dirección del PP, más allá de las declaraciones de cortesía obligada. Hoy por hoy, Ballesta se muestra dolido, consciente de que no ha entrado aún en la fase de superación, y lo único cierto es que por su cabeza rondó, durante muchas horas de insomnio, la idea del ‘dos por el precio de uno’ y una pregunta que llegó a machacarle las sienes: «¿Vale la pena seguir así?».

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