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La tormenta catalana

El jurista y pensador Gumersindo de Azcárate, autor de la ley de represión de la usura que sigue vigente desde 1908, decía a principios del siglo pasado que en España, «el país de los guerrilleros, el país de los aventureros y descubridores por cuenta ajena», la exaltación del individualismo ha hecho que históricamente persistiera el caciquismo y las apetencias separatistas. «Todo individuo quiere ser un rey y toda población quiere ser un estado», reflexionaba. Si a eso se suma, como apunta frecuentemente el historiador Fernando García de Cortázar, una pérdida progresiva de los componentes emocionales ligados a la idea de España, justo lo contrario de lo que han hecho los nacionalistas en sus territorios, fabulando con la historia y la realidad presente para inflamar los sentimientos identitarios, era solo cuestión de tiempo que rebrotara un órdago separatista como el planteado con el referéndum ilegal del 1 de octubre.

Hoy no queda más remedio que defender por vía judicial desde el más alto tribunal lo que podía haberse evitado de no haberse producido esa persistente dejación colectiva sobre lo que ha sido, y es, nuestra diversa y plural nación. Lo que pudo reconducir la política en los últimos años, si se hubiera actuado con habilidad desde Madrid y Barcelona, cuando el huracán del ‘procés’ era aún una tormenta tropical en formación, siembra ahora el horizonte de sobrecogedores interrogantes. No hay duda de que el Tribunal Constitucional restituirá el amenazado Estado de Derecho. Pero a pocas semanas del 1-O nadie sabe cómo y cuál será la reacción de los separatistas en su delirante huida hacia adelante. Es para estar inquieto. La aprobación de la ley del referéndum catalán y la ley de Transitoriedad se han tramitado con plena conciencia de su ilegalidad y de las posibles consecuencias penales para sus impulsores. Ni siquiera fue un obstáculo la negativa de los propios letrados del Parlament a firmar la tramitación de esas normas. Tampoco el hecho de que fueran aprobadas con menos votos de los estipulados como necesarios en el Estatut, retorciendo incluso el reglamento interno de la Cámara para, a la vista de todos, privar a los grupos de la oposición de las mínimas garantías y cauces democráticos. De ahí que el proyecto, además de intentar romper la unidad de España por una vía carente de legalidad, se convirtió también en todo un golpe a la democracia. El único lado positivo de este desatino ha sido el desenmascaramiento definitivo de la escasa cultura democrática de los creadores del ‘procés’. Alentados por los antisistema de la CUP, los partidos liderados por Puigdemont y Junqueras mostraron su peor cara en el curso de los debates, cosechando un fracaso escénico que dejó en evidencia la catadura de quienes quieren imponer una Cataluña excluyente, aunque solo sea por un voto y dividiendo por la mitad a su sociedad. Bastó con leer la letra pequeña de la ley del referéndum, que permitiría votar con DNI caducados, para constatar la pobreza democrática de esta consulta rupturista que serpentea sin el más mínimo apoyo de la comunidad internacional. La firmeza y cierre de filas de PP, PSOE y Ciudadanos contrastó con la ambigua equidistancia de Podemos, cuyo bajo perfil durante esta crisis resultó vergonzante y terminó por sacar a la luz fracturas internas en la alianza con que concurrió a las elecciones del 27-S. A la postre, al margen de la actuación del Estado, no habrá referéndum en sentido estricto porque muchos alcaldes catalanes se mantendrán del lado de la ley, como lo harán miles de funcionarios públicos que han sido conducidos hacia un precipicio por la obcecación del independentismo. Y, por supuesto, porque una gran mayoría de la sociedad catalana no desea participar en un dislate que puede tener consecuencias funestas para sus vidas, ni comparte el relato trenzado por los separatistas sobre el encaje de Cataluña en España, con todas las imperfecciones que pueda tener.

La política, de tan turbulenta, se ha vuelto impredecible como el comportamiento físico de la atmósfera. Habría que examinarla como un sistema dinámico no lineal porque sus protagonistas son imprevisibles, actúan en función de intereses personales o partidistas y transitan con las luces cortas, cegados en este caso por el sueño de una arcadia inexistente. Actúan irresponsablemente. Como si no hubiera un mañana. Arrastrando a todo el país a una crisis que puede obligar a tomar medidas inéditas en nuestra reciente historia democrática. Mi impresión es que el ‘procés’ descarrilará y en octubre habrá una convocatoria de elecciones en Cataluña. Sospecho que muchos de los que lideran este delirio, como Oriol Junqueras, ya lo saben, pero apuran este trance emocional colectivo para obtener el máximo provecho en una próxima llamada a las urnas. Sin embargo, no habrá futuro para Puigdemont, el muñeco utilizado por Artur Mas para capitanear el naufragio y posterior hundimiento de un partido que resulta hoy irreconocible. Cataluña no merecía tan funestos dirigentes.

Las claves de la actualidad analizadas por el director editorial de La Verdad

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