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Política de guardarropa

Hoy nadie sabe qué pasará con la entrada del AVE a Murcia y el soterramiento de las vías. Y eso es lo peor porque cualquier situación, por mala que sea, es susceptible de empeorar

El pensador de origen polaco Zygmunt Bauman, creador del concepto de ‘modernidad líquida’, divide las comunidades en dos tipos: las ‘explosivas’ y las ‘de guardarropa’. Las primeras nacen a pares porque necesitan de un enemigo exterior, cuya amenaza constante es el elemento que proporciona cohesión social. Las comunidades ‘de guardarropa’ son hoy las más prevalentes. En ellas, la sociedad civil es líquida, maleable y escurridiza porque los valores morales son relativos y todo está en permanente cambio. Bauman las denomina ‘de guardarropa’ porque comparten los mismos intereses solo en ocasiones especiales, como los asistentes a un espectáculo. Una vez concluido, todos recogen sus chaquetas o abrigos que dejaron a la entrada y vuelven a sus preocupaciones individuales. La argamasa social es efímera y circunstancial, más aún si además hay un leve sentimiento identitario.

La Región encaja en ese modelo. Un ejemplo lo tenemos en la polémica del soterramiento, por el que se movilizaron los murcianos en febrero de 2014 para exigir que no llegue en superficie a El Carmen, con el exalcalde Cámara y el exconsejero Ballesta a la cabeza. Poco después tuve la oportunidad de hablar en Madrid con la ministra de Fomento. Me expresó su voluntad de realizar el soterramiento integral por fases, tal y como se comprometió públicamente después de la unitaria manifestación. Percibí que su principal inquietud era cómo podía reaccionar en el futuro la Plataforma pro Soterramiento. Le comenté que el sentimiento de agravio por las infraestructuras ferroviarias estaba justificado y era generalizado en una Región harta de promesas incumplidas. Y que la Plataforma mantiene la misma posición desde hace 25 años sin moverse un ápice, sea viable o no en estos momentos. Que lo impredecible no era ese colectivo de vecinos, sino las autoridades municipales y autonómicas murcianas con sus cambios de criterio sobre el AVE o el aeropuerto. No entré al detalle. Si no se había percatado ya lo descubriría. Aquella movilización ciudadana se diluyó y solo la Plataforma siguió, como cada martes, concentrándose para reivindicar lo mismo que hace un cuarto de siglo.

La manifestación fue solo un espectáculo fugaz de unidad. Los políticos pasaron por el guardarropa y volvieron a su estado líquido, tornadizo e imprevisible. Los hechos lo avalan. A lo largo del año anterior, el alcalde Cámara, quien debía liderar la entrada del AVE en la ciudad, no terminaba de decidirse entre El Carmen y Los Dolores, opción que costaba 80 millones e implicaba una compleja y lenta expropiación de terrenos. El tiempo se agotaba. A Cámara le habían imputado y estaba a otra cosa. Ante la indefinición municipal, el secretario de Estado, Rafael Catalá, deja caer en diciembre de 2013 la posibilidad de que llegue en superficie a El Carmen. El presidente Valcárcel decide actuar y pacta con Catalá un soterramiento apantallado desde la senda de Los Garres. A mediados de enero de 2014, ese plan aún no lo conocía la ministra, a la que se le iba a presentar cuando estuviera afinada su valoración de costes. Pero Adif publica el 19 de enero el concurso para el estudio de entrada del AVE, donde queda claro que el tren irá por arriba en El Carmen. ‘La Verdad’ desvela al día siguiente que lo que Fomento plantea es un soterramiento, pero por fases, con los últimos 300 metros del primer tramo en superficie hasta la estación. Aparentemente, Cámara no conocía el proyecto. Lo tilda de ‘cachondeo’ y Valcárcel, desde Ucrania y ante la reacción de la opinión pública, asegura que desconocía el plan que pactó con Fomento y clama que es inaceptable «soterrar a medias». Luego llega la manifestación y el Gobierno se suma a la protesta contra la alternativa que propició, la misma que ahora apoya. Hoy solo hay en proyecto una primera fase. Se iniciará si la Justicia no ve ilegalidades. Lo demás depende de un compromiso verbal de un Gobierno que puede cambiar en noviembre. Nadie sabe qué pasará y eso es lo peor porque cualquier situación, por mala que sea, es susceptible de empeorar.

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