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Andrea Tovar

Querido millennial

No me quieras tanto y quiéreme mejor

 

La mejor pareja del mundo: Hannah Horvath y Adam Sackler, de Girls (HBO)

La mejor pareja del mundo: Hannah Horvath y Adam Sackler, de Girls (HBO)

 

Si haces memoria, quizá caigas en que fue entonces cuando empezó todo. Toda la miseria.

El día de San Valentín.

Piénsalo. Hasta entonces, ¿eras consciente de tu soledad? ¿O habías sentido el rechazo del ser amado? Imagínate a ti mismo, un infante triste que mira al príncipe o princesa de turno con la nostalgia de lo que jamás ocurrió.

¿Quieres saber de quién es la culpa? Además de la sociedad, claro. La sociedad siempre tiene la culpa.

Cupido.

Obviamente. Su nombre significa deseo y según la mitología era un pizpireto cruel y alegre que se aprovechaba de los hombres y mujeres confiados, les forzaba a enamorarse y no para su beneficio, sino para manejarlos y descojonarse de ellos, básicamente. Ahora imagina a Cupido partiéndose su culito querubín de ti. De ti como infante, de ti como joven, de ti como adulto.

El día de San Valentín te obliga, a punta de flecha dorada en la sien, a valorar si alguien te quiere en el mundo entero. En caso afirmativo, te fuerza a acordarte de esa persona y agasajarla, tanto si te apetece hacerlo como si no.

Por eso los chinos se rebelaron e inventaron el Día Mundial del Soltero. ¿A que esto no lo sabías? Pues es el día antes de San Valentín, que en este caso es martes 13. Vaya. Qué buen augurio. Los chinos querían reivindicar su independencia con respecto a las mitologías tiránicas y se despegaron de esa temida avalancha de tuits, posts y otras publicaciones de redes sociales que se viene encima.

Lo peor de San Valentín no es reflexionar sobre tu soltería o sobre la mierda de relación que tienes –para sentirte agradecido por ella ya están el resto de días del año-. Lo peor de San Valentín es tener que asistir al espectáculo de besuqueos, de selfies en cenas románticas en restaurantes horteras, de instantáneas de peluches. Y lo peor de lo peor, los textos. Que vienen a ser una réplica de Mr. Wonderful pasado de cervezas a las cinco de la mañana. Tan elocuentes como este señor, porque yo imagino que Mr. Wonderful en realidad es un señor muy serio con bigote, que fuma pipa sin parar y tiene los dientes amarillos –qué pasa, la imaginación es libre- y que dice cosas como «¡La vida contigo es mucho más chula!», con aire de Desigual. También está la versión Maná de la felicitación del día del amor: «Ojalá pudiera ahogarte en un charco lleno de rosas y amor». Esta frase es real. Lo juro. Forma parte de la canción Ojalá pudiera borrarte. Tope originales.

De estas frasecitas para llenar tarjetas está el mundo lleno. La mayoría se refieren a la insuficiencia respiratoria que deviene de la ausencia del amado, un paro cardíaco o algo por el estilo. En cualquier caso, la muerte asegurada si uno debe prescindir de esa pareja tan fantástica. Es ciertamente instructivo que se aleccione en esa interdependencia a los adolescentes acneicos, la verdad. Reduce el dramatismo y les potencia el autoestima de cara al futuro.

Con esta patata de sociedad –la culpa, ¿ves?, siempre la tiene ella, al final-, es normal que estemos desquiciados. Al final, si uno se pasa al bando chino a celebrar el día de la masturbación, las fiestas con los amigos sin límite de hora, la tarifa extra de la habitación individual en los hoteles o el Premium de Spotify para pasar el rato a solas; no lo hace por convicción, sino con la rebeldía tonta de ese adolescente marginado que quiere desaparecer junto con sus incipientes pelillos del bigote. Tan débiles –los pelillos- que amenazan con soltarse a la primera ráfaga de viento.

No queremos solteros que ansíen tener pareja, sino solteros convencidos de su estatus. No queremos solteros que vendan su tiempo y energía a la primera persona que pase, solo por necesidad de compañía, porque para eso están los perros, los canarios y un sinfín de mascotas, y las vecinas y etcétera. No queremos solteros que digan buscar pareja y concierten citas a ciegas o entren en apps o se apunten a realities de la tele y luego sean tiquismiquis y cabrones martilleando el ego de la otra persona.

No queremos parejas que aguanten por aguantar y que se regalen bombones con sabor a caca. No queremos parejas que se escriban chorradas de Mr. Wonderful borracho y bigotudo, de Desigual o de Maná, y que luego se pongan los cuernos mutuamente los fines de semana, en público, sin pudor alguno. No queremos parejas que se den morreos antiestéticos con un fondo de naturaleza y que ese haya sido el único beso que se han dado en todo el día.

Queremos parejas originales que si eligen profesar su amor en público, se lo curren un mínimo, y que den envidia, envidia de la mala, coño. Porque desde que Busta y la Echevarría lo dejaron, entendimos mucho de la vida. No es oro todo lo que reluce.

Quizá el amor no haya que buscarlo en un chat. Quizá las pantallas no sirvan para localizarlo ni para procurárselo. Quizá primero haya que cultivarlo dentro de uno mismo, como los chinos en versión positiva, y luego simplemente haya que dejar que revolotee hasta dar con la persona adecuada.

Porque sucede que por un lado están los test de compatibilidad y por otro está Cupido caprichoso y tocapelotas. Unas veces amas con la mente y otras con… con el hígado, con el bazo, con la entrepierna. Y tú qué sabes cuándo es mejor. No lo sabes. Porque el amor no es una ciencia. El amor es siempre algo que te vuelve loco y te da igual si la gente sabe que lo sientes, porque es una cosa privada e íntima, tan personal aunque la narres, tan imposible de compartir con gente externa a esa cosa que se crea entre los dos.

Así que rindámonos a Cupido cuando dispare con la flecha, y mientras tanto, a gozar como chinos. Amén.

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Sobre el autor

Los millennials entramos en la treintena. www.andreatovar.org


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