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Andrea Tovar

Querido millennial

Mentes cerradas y bocas abiertas

Vía Tumblr (fuente: dharmarainbow)

Vía Tumblr (fuente: dharmarainbow)

 

¿Quieres oír una cosa graciosa?

Ahora mismo estás apretando el culo.

Más aún: llevas haciéndolo desde que tienes conciencia de ser tú.

Lo haces sin darte cuenta cada vez que alguien querido te advierte de que no está bien ser tú y hacer lo que haces.

Eso no es normal —te dice el amigo de turno, el normal. El que ha estudiado MAFDA y derivados (Medicina, ADE, Farmacia, Derecho, Arquitectura, etecé), luce gomina cinco días por semana, está prometido con alguien del sexo opuesto y ya ha pagado la entrada de un piso.

—¿Y qué es normal, de todas formas? —intentas defenderte tú, iluso, con el culo apretao.

Esa es una pregunta retórica que suena vacía, hueca, que se cae por su propio peso. Tú sabes lo que es normal. Tu amigo sabe lo que es normal.

Siempre ha habido un modelo de normal, y no ha cambiado mucho en nuestro pequeño hemisferio occidental. Todos sabemos a lo que nos referimos, lo tenemos encajado en el cráneo, porque precisamente lo normal es lo aceptado por la sociedad. Nos quedamos pegaditos a los márgenes de lo normal, con cuidado de no poner un pie fuera, porque si nos mantenemos dentro tendremos asegurado el afecto y la aprobación. ¿Hay algo más importante para un ser humano que ser amado?

Pues a veces sí.

A veces son más importantes las plataformas, las plumas, las lentejuelas, el arte, el poliamor, la deformidad. A veces es más importante levantar la cabeza y sentirse orgulloso de quien uno es. Como decía Robinson ayer en el Chester, el único patrimonio que posee un hombre es uno mismo. ¿Eres rico? ¿O sigues con el culo apretao?

Lo normal abraza o asesina. Si estás dentro, bien, aquí estás bien. Si estás fuera, te conviertes en el centro de las miradas, y eso asusta. Por eso aprietas el culo. Durante la Historia de la Humanidad se ha perseguido, asediado, acosado, coaccionado y aniquilado a la diferencia.

Lejos –bien lejos- de las dictaduras políticas, no pensemos que vivimos una democracia social, donde todo vale. No todo vale. Sobre todo según en qué círculos y lugares. Cierto es que ya no se apedrea a nadie, pero eso no quiere decir que las palabras no hieran como piedras. O las miradas. Tu amigo, el normal, se siente con el derecho que estar dentro del cuadrilátero le confiere para ajusticiar al mundo desde su pequeño espacio.

Guarra. Maricón. Rara. Engendro. Feminazi. Flojo.

Luego sonríe y se pide otra cerveza. No pasa nada, es la octava, pero no pasa nada.

Tu amigo tiene el culo apretao.

Más apretao que tú, ¿es que no te das cuenta? Hace años que no se siente el culo. Para poder soltarlo un poco, lo insensibiliza los fines de semana con litros de alcohol. Se relaja, dice improperios, baila sin pudor.

Has estado intentando ganarte la aprobación de lo normal, cuando lo normal está tan harto de sí mismo que no se aguanta. Lo normal tiene ganas de salir corriendo del cuadrado, de dejar de apretar el culito, de mostrarse. Porque lo normal siente que la más mínima diferencia es una amenaza, y está acojonado por llevarlas dentro. Ese es el motivo de que lo normal se jiñe viéndolas fuera, de que apunte hacia ellas para destruirlas. Para no verlas. Para reafirmarse en su normalidad.

 

Vía Tumblr (fuente: utrippy)

Vía Tumblr (fuente: utrippy)

 

Rajar de los demás es el deporte nacional, junto con el fútbol, la habilidad de desatascar paluegos con palillos y la maestría para defraudar a Hacienda desde bien temprano. Eso dice mucho de nosotros como país. Dice que somos un país cerril donde alguien que quiera darse a luz a sí mismo sufre más de la cuenta. Porque para poner un pie fuera del cuadrado, tiene que aceptar el eventual sacrificio de un montón de estimas.

Qué injusto que alguien, para ser pluma o lentejuela o simplemente un trabajo o una pareja distinta, tenga que pasar por el trance de aceptar su eventual soledad. Qué feo que deba cargar con la culpa del insulto anticipado.

Qué pena que esas flores raras hayan querido vivir dentro de la caja siempre, cuando las macetas se le quedan pequeñas. Es curioso que uno, perteneciendo a un espacio más grande, elija rendirse a la claustrofobia solo por no arriesgarse a plantar raíces donde pertenece.

Cuántas personalidades únicas habrá cercenado de raíz el rumor sordo de un cotilleo sostenido, incapaces de sobreponerse a las barreras.

La única manera de parirse a uno mismo es destruyendo los muros de la intolerancia, teniendo claro que fuera de esos espacios es donde podrá germinar, para regalarle al mundo lo que tiene que ofrecer desde su unicidad.

Y a tu amigo, el normal, que le vayan dando por ese lugar apretao. Con cariño.

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Sobre el autor

Los millennials entramos en la treintena. www.andreatovar.org


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