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Andrea Tovar

Querido millennial

El ‘otro’: lo que los políticos hacen al mundo

Vía Tumblr (fuente @historicaltimes)

Vía Tumblr (fuente @historicaltimes)

 

Dice Will Smith en su serie documental One Strange Rock que cuando un salmón se muere, su materia se traslada a todos lados. Al pino, a la tierra, al agua. Conforme cuenta esto del salmón, en la imagen van encendiéndose puntitos brillantes a lo largo de la superficie de la Tierra, para acabar en un zoom macroscópico que muestra un planeta deslumbrante. El salmón forma parte de la unidad. Todos somos el salmón.

Cuando aterrizo en Barcelona con una amiga es ya la hora de comer. Nos sentamos en una terraza del Raval y yo inhalo profundo porque me encanta esta ciudad. Desde que tengo doce años o así vengo cada verano. He pasado aquí largas temporadas, he trabajado aquí unos meses. Ahora he venido para presentar un libro en la Feria Literal y estoy emocionada. Este es uno de los escenarios más entrañables de mi historia personal.

Aguzo la vista para leer el menú gigante que hay en un tablón, pero no me alcanza por eso de la miopía y el astigmatismo. Llega la camarera y saca su libretita. Yo le pregunto si ese –el de la pared- es la única carta que tiene. Ella se marcha airada y al volver lanza un menú individual contra la mesa. Las maderas chocan y causan gran estrépito. Mi amiga y yo nos miramos con los ojos fuera de las cuencas.

—¿Qué le pasa?

—Tendrá un mal día.

Entonces nos damos cuenta de que el menú de la pared está en catalán, y el que nos ha traído, en castellano. Nos preguntamos si esa ha sido la causa de su reacción.

La siguiente vez que nos atiende no responde apenas. Le alabamos la tortilla de patatas, las bravas, los sándwiches, sin éxito. Intentamos entender si es solo con nosotras o se comporta así con los demás clientes, pero no obtenemos información definitiva. Nos marchamos con la duda de si el conflicto político ha traspasado las pantallas para ocupar la realidad con esa fiereza. 

Durante la semana me contarán unos y otros que este ha sido un invierno muy triste en Barcelona. Que la gente estaba callada, que no salían al teatro ni al cine, que las familias se han peleado. Que hay vecinos que han dejado de hablarse y amigos que ya no cenan juntos.

Will Smith dice que todos somos el salmón.

Vía Tumblr (fuente @alhosaan20)

Vía Tumblr (fuente @alhosaan20)

Al llegar a la habitación del youth hostel, mi amiga y yo saludamos a una chica que hace Skype en la litera de arriba, sumida en la oscuridad del cuarto. Nos explica brevemente, cuando cuelga, que es de Nueva Jersey y que ha ido a un congreso a Valencia. Tiene rasgos hindúes. Luego llegan dos asiáticas y otras dos inglesas. Con esas ya ni hablamos. Cada una ocupa su catre en silencio, con la bombilla de su cama encendida y la toalla húmeda corrida a modo de cortina para taparse de miradas ajenas.

Pienso que podríamos estar pasándonoslo teta aquí, contándonos tantas cosas, pero entiendo que estamos cansadas. Que preferimos contarles esas cosas en nuestra lengua natal a quienquiera que se encuentre detrás de las respectivas pantallas del móvil.

En el hostal las normas son parecidas a las de un campamento hipercivilizado. Nos duchamos en silencio, nos lavamos los dientes sin molestar al de al lado, hablamos bajito y sonreímos al encontrarnos por el pasillo. Es una mini-Europa, pero no, es aún más grande. Es un mini-mundo occidental. Una demo de la diplomacia, de las relaciones internacionales ejercidas por las autoridades gubernamentales.

Mi amiga y yo decidimos salir. Ella quiere ir a Primark porque se le ha roto el pantalón del pijama. Nos dirigimos a las afueras y nos adentramos en ese otro cóctel de culturas y orígenes. Solo que esta vez las ofertas de un euro y las montañas de ropa sepultan cualquier tipo de interacción. Aquí dentro ni siquiera existimos unos para otros. No nos tratamos con desprecio, ni con corrección, ni de ninguna forma. En Primark solo existe el bolso transparente de cinco euros y la reflexión sobre si merece la pena comprarlo, las bolsas gigantes para cargar al por mayor.

Mientras me dirijo a los aseos, me da por reflexionar sobre las relaciones con el ‘otro’. Parece que el mundo no brilla tanto como aseguraba Will Smith. Al final, la tele es la tele y hay que buscar finales felices para que los espectadores se vayan a la cama tranquilos.

Sin embargo, yo sí siento que el salmón está en mí. Y que el salmón está en todos. Y que todos somos el salmón. Yo estoy de acuerdo con Will Smith y con los finales felices, porque no pueden ser de otra forma. Solo que no puedo decirlo en voz alta, ni se me ocurre forma alguna de demostrarlo.

Levanto la tapa del váter, lo limpio y me dispongo a hacer pis en equilibrio, de la forma en que aprendimos las chicas bien temprano. En ese momento me viene a la mente la idea y lo hago.

Me siento en la taza.

Desoigo las advertencias de mi madre, de mi abuela, de mis amigas. Se difuminan los virus, las bacterias, las enfermedades desconocidas, los bichos de cien mil patitas, verdes, viscosos, azules, mortales. Me siento en la taza del váter, juntando la cara trasera de los muslos con los muslos de muchas otras personas que no conozco y que jamás conoceré.

Sigo empeñada en que la política, en ciertos grados, es para personas con poca conciencia. Que aunque empiecen con ideales, se corrompen fácilmente o abandonan. Sostengo que no hay beatos, sino ineptos por todos lados. Lloro las diferencias entre desconocidos. Me apena la distancia entre potencialidades tan fuertes. Que nos sumamos en teléfonos y camas individuales. Que nos escondamos bajo una montaña de gangas, con los ojos perdidos, disociados del resto de humanos.

Yo prefiero pensar que todos somos el salmón. 

Y por eso me siento en la taza de un váter público.

No sé si tiene sentido, pero para mí sí.

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Los millennials entramos en la treintena. www.andreatovar.org


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