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Lola Gracia

Vivir en el filo

Los hombres de Rita

rita

El 17 de octubre Rita Hayworth habría cumplido 100 años. Rita no sólo fue Gilda. Una peli que vi a una parvula edad. Lo recuerdo porque tenía dos rombos y en mi casa nos escondíamos debajo de la mesa para que mi madre se hiciese la despistada, cosa que sucedía siempre.

Gilda fue un impacto increíble: aquel precioso y ajustado vestido negro y la piel de Hayworth que, literalmente, resplandecía, gracias a la fantástica fotografía de Rudolph Maté.

Margarita Carmen Cansino fue una mujer entrenada para agradar y embellecer al mundo como buena libra que era. Demasiada bondad para Hollywood.

En mi adolescencia y juventud estaba auténticamente obsesionada con Rita Hayworth; su actuación, sus playbacks, su elegante forma de moverse; su artística, impecable y energética forma de bailar.

Siempre me ha parecido la mujer perfecta. Incluso cuando aquel fotógrafo mal nacido la retrató bajando de un avión, alcoholizada y derruida. Era perfecta porque era real: los despojos de un ser luminoso que acabó devorado por los hombres y la industria de Hollywood.

En varias biografías descubrí los abusos de su padre, el tal Cansino, casado con una chica Ziegfeld. Rita sustituyó a su madre en los escenarios y en las apetencias carnales de ese desalmado. La hermosa obtuvo su refugio en Hollywood. Rodó musicales maravillosos junto a Fred Astaire y Gene Kelly, tras un batiburrillo de películas poco ambiciosas.

Los hombres de Rita la mangonearon sin misericordia. Después del vil pederasta de su padre, pasó a las manos del productor Edward Judson. Un don nadie. Se la sirvió al presidente de Columbia, Harry Cohn. Harry era listo como el hambre y afiló , algo más, sus colmillos de hiena cuando vio a Rita. Fue su gran estrella durante una década.

Llegó Orson Welles. Quizá — a su modo— fue el único que le profesó verdadero afecto y respeto personal y profesional. Con un par, le cortó su fastuosa melena pelirroja y la tiñó de rubio. Margarita hizo de mala. Y lo hizo muy bien.

Quién sabe si la fiebre de Hitchcock por las rubias nació tras deleitarse con la Elsa Bannister de La dama de Shanghai. Rita brillaba. El efecto de los focos en su piel provocaba una fosforescencia angélica. En un mundo sin filtros de Instagram, la piel era tan importante como la hechura de los huesos en el mundo del cine.

Relaciones, amor, vida. Lo que de verdad importa

Sobre el autor

Periodista por la Universidad Complutense de Madrid, escritora y gestora cultural. Investigadora de las relaciones humanas. Máster en sexología por la Universidad de Alcalá de Henares. Desarrollo trabajos como directora de comunicación


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