García Martínez – 7 enero 1993
Tuve yo hace años un director que usaba una muletilla peculiar. Los mismo que Felipe incide, inmisericorde, en el “por consiguiente”, este es mi superior incidía en: “y ahora a trabajar”. El tío nos dejaba muertos. No porque a los periodistas de entonces nos molestara el curraje, pues todavía una ilusión ingenua nos tenía engatusados. Era que siempre utilizaban el eslogan para estropear una situación agradable. Si se montaba una fiestecilla en la Redacción, él rompía el embrujo con:
¡Y, ahora, a trabajar! Si nos visitaba un jefazo de Madrid, y nos encantaba el hombre con un discursito estimulante, el director cerraba el turno con: ¡Y, ahora, a trabajar!. Era terrible, pues con ese ¡y, ahora, a trabajar!. No sólo arrasaba los benéficos efectos de un ratico de convivencia cordial, sino que daba la impresión de que daba la impresión de que nos estaba mandando a galeras, Dicha con ese tono, la palabra trabajo recobraba su acepción de castigo bíblico. Y se nos quitaban las ganas, claro. Ahora que el Gobierno de la nación lo ha hecho tan mal, destrozando sin piedad –y todo por su mala cabeza- las expectativas del 92, el señor presidente y sus ministros se permiten ordenarnos lo mismo que aquel mi director. Estamos todavía los treinta y tantos millones de españoles con el último bocado de turrón en la boca, y el único mensaje que nos mandan es que nos pongamos a trabajar, que ya es día siete.
¡Mal dolor les dé!