Ya hay estudios sociológicos que definen cómo es el lector –y su amigo íntimo: el escritor- del siglo XXI. Les anticipo que aquel ratón de biblioteca ha cambiado mucho. Y, cuando se trata de asuntos de viajes, parece que existe una nueva vara de medir los tiempos.
La pereza, que se nos ha colado en nuestros hábitos de lectura
Antes, la descripción de sitios bonitos y destacados, se resumía en un “Top Ten”. Diez lugares que debíamos tachar de la lista en todo destino. Si lo conseguíamos, pleno al quince. Perdón, al diez. Hoy, el tamaño se ha encogido. Y bastante. Ahora se habla del “Top Five”. Aquel ir y venir, corriendo de aquí para allá para ver diez monumentos, ya sólo pensarlo, da fatiga. Con cinco, nos damos por contentos. Y pare Vd. de contar. Vaya que sí, que somos perezosos.
La premura, un poco peligrosa
Somos también inquietos. Si vamos a leer algún documento en una web y tarda unos segundos más de la cuenta en descargarse, declinamos ipso facto la lectura. No hay una segunda oportunidad. Es un tiempo ya reglamentario. Es como los segundos que hay que sostener la mirada del otro. ¿Qué pasa cuando se mantiene más allá del tiempo socialmente aceptado? De rebasar este límite, ya significa otra cosa.
Me lo explicaba un experto con un símil amoroso. Se ve que me vio una lectora algo lenta para los nuevos ritmos del siglo XXI. Me retaba: ¿Cuánto tiempo máximo debe transcurrir cuando decimos –o nos dicen- ‘te quiero’? Si uno tarda en responder más de lo debido, ahí comienza el problema. Y grande. Pero, para más inri, como somos perezosos ahora ya sólo escribiremos: “TQ”. Y lo dicho, como también somos inquietos, hay que darse prisa en responder. ¡Qué estrés!
Teoría del primer enlace
Estamos sometidos ya –como lectores- a teoremas que nos radiografían casi sin margen de error. Uno de ellos es el denominado “axioma del primer enlace”. Sería como el primer amor (siguiendo con el símil amoroso). Lo bonito de un texto on line es que se abre como un árbol con mil ramas que podemos “escalar” por una u otra y saltar a otro, con solo activar un enlace. Toda una jungla literaria a golpe de clic. Pero, tanta frondosidad, no nos va mucho. Parece que cuando estamos leyendo, un enlace sí, pero ya dos, es un exceso. Que no es cuestión de perderse mucho.
Y sí, aunque en el colegio sufriéramos con ellas, nos gustan las matemáticas.
Si en un anuncio de un viaje, tras la descripción, aparece el precio, es muy fácil que se nos pueda torcer la comisura, porque lo veremos elevado. Pero si en lugar de estar mencionado el precio en una cifra en euros, se esconde tras un porcentaje (“15% de descuento para el tercer viajero…”) entonces ya, sin podernos controlar, la sonrisa aparece en nuestro rostro. Cual inocentes matemáticos pensamos: “¡Qué bien, encontré una oferta!”.
Mi mamá me mima
Y en este nuevo perfil del lector moderno resulta que pese a todo, seguimos siendo niños. Cuando estamos en un apuro y acudimos a la salvadora Siri, lo hacemos como si tuviéramos ocho años y le estuviéramos preguntado a nuestra madre: “¿Dónde está la autovía?”; “¿Dónde puedo comer?”. Yo conozco el caso de una chica que tiene tan buena relación con su “mamá-Siri” que cuando le dice: “Siri, estoy aburrida, cuéntame un chiste”, su “progenitora”… es lo de más graciosa. ¡Menudo repertorio!
Pues aunque seamos perezosos, inquietos, amantes de las matemáticas y un poco pueriles, a pesar de esta nueva radiografía sui generis, las vacaciones están a punto de comenzar. ¡A por ellas!